15 abril, 2006

Lluvia del Viernes Santo...

Semana Santa: procesiones en la tele, procesiones en la calle, pestiños, torrijas, monas de Pascua, las Confesiones, los Oficios, y mucha gente de vacaciones en las playas, en los pueblos...

De pronto, una imagen se repite un año más (no en el mismo sitio, pero siempre hay una procesión que se queda sin salir en Andalucía), costaleros hechos y derechos llorando porque no sale su Virgen, “mujeres de trono” que se derrumban en lágrimas cuando llevan de vuelta su paso hacia la iglesia, porque ha comenzado a llover. A muchos les dará risa, a otros les hará preguntarse por qué. No hay mucho más que decir, un sentimiento muy grande, el fervor, la devoción y la cantidad de tiempo empleado en preparar un momento que la lluvia ha echado a perder; y ¡hala, a esperar un año!...

Hasta que no te pasa algo parecido no te das cuenta de lo que realmente se siente. Pues bien, este año, en el Viernes Santo de Porcuna (mi pueblo, que ya hablaré de él muchas veces más, y que ya era raro que llevara 2 “posts” sin hablar de él...) ha ocurrido algo parecido.

8 de la tarde, en la vetusta iglesia de San Benito, se preparan para salir “El Pelícano”, la Virgen de las Angustias, el Santo Entierro y la Virgen de la Soledad. Es una salida muy complicada y emocionante. A los 20 minutos comienzan las nubes a cerrarse, y debido al valor de alguno de los pasos, deciden echar marcha atrás. Finalmente, tras dudar, a las 9 y media se encierran definitivamente. Mientras, desde las 8 y media esperamos en la Iglesia Parroquial los hermanos del Cristo de la Buena Muerte (llevado en brazos de forma parecida a aquel Cristo de los legionarios malagueños). A las 10 y cuarto decidimos salir solos, ya que el resto de la procesión ya no vendrá. A los cinco minutos de la salida comienza a llover fuertemente (el espectáculo es casi dantesco, y tenemos que volver hacia atrás a toda prisa entre aplausos de la gente que quedaba). Ya en la puerta, los tambores seguían tocando (me recordó a los violinistas del Titanic)...



Al final, no puedes evitar sentir tristeza, porque tras 2 horas esperando, llega el momento de la salida y al poco rato tienes que volver. Es una pena (aunque yo no llorara, pero seguro que a alguien sí le arrancó alguna lágrima). Por compararlo con algo, sería como cuando una novia (o al revés) deja plantado en el altar al novio y los asistentes tienen que irse a sus casas sin haber podido ir al convite, ni ver el “sí” quiero. Al salir de la Iglesia, subían llorosas algunas de las costaleras de la Soledad...



Se siente igual en todas partes... no tiene por qué ser Huelva, o Sevilla o cualquier otra que salga por la tele, más amante de la Semana Santa. Si nos fijamos, en todos los lugares hay alguien que vive estos días con intensidad, con emoción, por pequeña que sea la población. ¡Ánimo, el año que viene seguro que saldremos!

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